«Tan solo si evolucionáramos un poco, solo un poco, y nuestro cerebro fuese capaz de valorar la prevención, viviríamos en otro mundo».

A mí también me acaban de llegar dos whatsapp a la vez, justo mientras estoy trabajando en el protocolo sobre Viruela del Mono que hacemos las sociedades científicas. Uno me avisa que la Organización Mundial de la Salud declara el Monkeypox emergencia de Salud Pública internacional, el otro whatsapp es un vídeo de un gorila escuchando música. Aunque han pasado 200 años desde que Darwin escribiera que tenemos el mismo abuelo que los monos, me sigue sorprendiendo lo que nos parecemos. Porque, ciertamente, hay humanos muy monos. Pero no en el buen sentido, ya que deberíamos haber previsto lo que está pasando con la viruela del mono, pero no ha sido así. Según leo la noticia de la alerta creciente mi duda ya no es si hemos aprendido o no de la pandemia de covid-19, mi duda es cuándo y cómo nos dará en la cara otra vez el boomerang de tener una Salud Pública minúscula. No, no exagero, la Salud Pública en España es, literalmente, insignificante.

Para dar contexto; por ejemplo, en Cantabria se invierten 1.500 euros por cántabro al año en atención sanitaria, adivinen cuánto se invierte en Salud Pública, ¿otros 1.000?, ¿500 euros al año por persona?, pues se invierten 15 euros, sí, 15, que incluyen además todo el presupuesto de vacunas de calendario de la región. Esto es así desde hace años. Adivinen cuántos de esos 15 euros quedan para vigilancia y control de enfermedades por cada cántabro. Pues muy poco. Y esto pasa en todas las Comunidades Autónomas. Es como tener una casa estupenda, con televisor gigante de plasma, electrodomésticos caros, cuadros valiosos y una puerta de entrada de cartón. Una monada. Pues esto, que no se nos ocurre hacer en nuestra casa, lo hacemos con nuestro sistema de salud, que es lo más valioso que tenemos porque la salud es la vida misma. No nos sirve tener la tecnología más puntera ni los tratamientos más caros en los hospitales si la Salud Pública, que es la puerta blindada que los protege, es una chapa de cartón. Porque la Salud Pública es prevención y si no prevenimos se nos cuelan todas las enfermedades, el sistema colapsa y no sirve.

Si no controlamos las alertas sanitarias con contundencia desde el principio luego es mucho más difícil y más caro. ¿Cuánto nos cuesta el colapso de los hospitales y centros de salud?, ¿es más barato el colapso sanitario que ‘la libertad’? Pregúntenle a las familias que están viviendo un retraso diagnóstico, familias a las que hemos llegado cuando ya no se podía hacer nada pero que unos meses antes hubieran tenido esperanza. Pregúntenle a las familias que han perdido a alguien por una enfermedad evitable (1 de cada 3 enfermedades). Díganle a las familias que, lamentándolo mucho, la prevención no vende en España y que por eso no se hace. Que sí, que el 30% de las enfermedades pueden prevenirse y evitarse, pero eso no da votos, aunque, por supuesto, les damos nuestro más sentido pésame. Invertimos mucho pero demasiado tarde y tratamos de curar en vez de prevenir. Y esto es responsabilidad de todos. Mi profesor de la Universidad Johns Hopkins, Bob Lawrence, me dijo hace muchos años, con esa voz suya tan sosegada e incuestionable a la vez: «Querida Paloma Navas, nadie agradece las enfermedades que no padece».

Nadie agradece las enfermedades que no padece. Nadie se levanta y dice, anda que no he tenido polio, ni me he intoxicado con aceite adulterado, ni me maté en un accidente de tráfico, ni he desarrollado cáncer. No, no lo agradecemos; pero podríamos. Podríamos quizá evolucionar, quizá nuestros cerebros serían capaces de tener presente que prevenir es mejor que curar y entonces, si prevenir fuese un valor social intocable, entonces tendría valor político y se haría. Porque no prevenir sería perder las elecciones. Porque nadie aceptaría 15 euros al año por persona en Salud Pública. Saldrían en la tele las intervenciones salubristas que previenen que los jóvenes tengan problemas de adicciones y de salud mental y evitan que se suiciden, habría el mismo número de epidemiólogos por habitante que de cardiólogos (hay 15 veces más cardiólogos que epidemiólogos), se inaugurarían los registros nacionales de cáncer o el de vacunas con cintas de colores, se pagaría a los profesionales en Salud Pública lo mismo que al resto de sanitarios (ahora se paga más o menos la mitad). Y además enfermaríamos menos, habría gente viva y sana y el sistema de salud se reservaría para lo inevitable. Habría menos listas de espera, menos gasto y menos sufrimiento. Los niños dejarían de pedir bollería porque en el cole el programa de educación sanitaria les habría motivado y enseñado a comer bien y ya no seríamos el país número uno de obesidad infantil de Europa.

Tan solo si evolucionáramos un poco, solo un poco y nuestro cerebro de mono fuese capaz de valorar la prevención, viviríamos en otro mundo. Pueden pensar que soy una soñadora, pero no soy la única. Ahora bien, reconozco que será difícil que mejoremos porque algunos que mandan, aquellos que decidieron que no se invierta en Salud Pública, se comportan como auténticos simios.

PALOMA NAVAS. Exdirectora general de Salud Pública de Cantabria y especialista y doctora en Medicina Preventiva y Salud Pública

Artículo publicado por el diario montañés:

https://www.eldiariomontanes.es/opinion/ciertamente-humanos-monos-20220726213456-ntvo.html

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